![]() 'Pepín' ha pasado este año en la casa de sus primos de Eirexalba (O Incio) y volverá a Cuba en diciembre Foto: SILVIA RODRÍGUEZ MANUEL DARRIBA
En la casa familiar de Eirexalba (O Incio), un animoso Pepín con 76 años a cuestas y memoria cristalina regresa a sus días de combatiente en Cuba. El escenario es Jatibonico, población de 40.000 almas en la provincia de Sancti Spiritus. En 1958, José es un joven de 32 años, casado, con hijos y empleado en la Central Uruguay, "el ingenio azucarero más grande de Cuba". Sus padres, llegados a Cuba en su primera juventud, cultivan tierras y crían ganado vacuno. Se habían casado en la isla y alumbrado allí a sus tres hijos. Dice Pepín que el advenimiento del gobierno de Fulgencio Batista, en 1952, fue vivido como un retroceso: "Batista le abrió las patas al Ejército, que lo que hacía era enriquecerse: desde el cabo hasta el general". Después de sufrir cómo los soldados requisaban los cerdos de su familia, e incluso ser saqueado por un militar "que necesitaba comprar cemento para su casa", José estaba más que dispuesto a simpatizar con los revolucionarios de Fidel Castro. "Trabajé casi siempre en la clandestinidad", recuerda Pepín. "Por el día íbamos al ingenio y por la noche hacíamos sabotajes". En el relato afloran nombres y apellidos de los compañeros de incursiones. Volaron la turbina de la central azucarera y tres postes eléctricos, quemaron varios puentes de madera del ferrocarril... "Nos metíamos en las casas y requisábamos armas de partidarios de Batista", narra José. El Gobierno enviaba más guardias para vigilar el tendido ferroviario y los combatientes de Jatibonico los hostigaban por la noche. "Nos metíamos en los campos de caña y los tiroteábamos. Pero la consigna era que no había que matarlos, había que tenerlos en tensión, que no durmieran". Pese a que El Gallego, como Pepín es conocido en Cuba, se presentaba en su trabajo cada mañana con normalidad, su condición de "revoltoso" trasciende y es detenido tres veces. En los últimos meses de la contienda, José decide sumarse a la guerrilla. ![]() José fue destinado inicialmente al castillo de La Punta. El Che era el comandante de la fortaleza de La Cabaña. "A los cuatro o cinco días le ordenó a Armando Acosta que enviara a un grupo de quince compañeros a La Cabaña, y ahí caí yo", cuenta Pepín. "Allí estaban los militares presos. Nosotros compartíamos con ellos. Incluso almorzábamos con ellos. El que tenía crímenes estaba aparte". Los guerrilleros hacían guardias de seis horas. Todas las mañanas, el Che era recogido en un Cadillac negro y se dirigía a despachar con Fidel. "¿Qué te voy a contar de él?", dice Pepín. "Mi trato con el Che se limitaba al saludo. En lo militar era muy recio. Duro. Como humano, si una lata de sardinas había, p'a la tropa completa. Y si alguien no alcanzaba, ése era el Che". "Nunca conversé con él, aunque estuve cerca muchas veces", añade. "Se dirigía a la tropa con mucha corrección". José dice que ni participó en fusilamientos ni llegó a presenciarlos. "El que la hizo, la pagó", opina. El exilio anticastrista de Miami suele referirse al Che como "el carnicero de La Cabaña". ![]() 15/10/2002 |
"Nos confiscaron fincas. A mis padres les dolió. ¡Eran españoles!" Tras poner fin a su vida militar licenciándose en La Punta, José Rodríguez regresó a Jatibonico. "Honestamente, yo participé en la Revolución porque tenía el espíritu de hacer algo para salir de aquel sistema. Pero la política nunca me gustó". Pepín se incorporó de nuevo a la plantilla de la central azucarera, donde permanecería hasta su jubilación. Era la época de la confiscación masiva de bienes y los padres de José tampoco se libraron. "La finca era una joya, pegada al pueblo, con corriente eléctrica y una buena casa". Requisaron parte de la propiedad "para hacer el pueblo de una cooperativa". También una plantación de caña y una nave de abono. "A mis padres les dolió mucho, figúrate. Eran españoles". En cuanto a él, dice que se resignó. "Era en beneficio del pueblo, de los demás. Alguien tenía que sacrificarse". "Mis padres no simpatizaron nunca con la Revolución", explica. "Cuando triunfó, mi padre ya estaba jubilado". El Gobierno, no obstante, le dejó a la familia la casa y un trozo de tierra, que hoy día cultivan un hijo y un yerno de José. "Son pequeños agricultores. Siembran arroz, frijoles, maíz, tabaco... Lo venden al Gobierno". Pepín tiene tres hijos y ocho nietos. El menor de los varones, de 36 años, ha puesto sus miras en España. "Tenemos amigos en Galicia y en Canarias. A ver qué se puede hacer", plantea José Rodríguez. El antiguo combatiente visita a sus primos de Eirexalba por segunda vez. En la primera ocasión, hace cinco años, sólo se quedó dos meses. Esta vez ha pasado el año entero. ![]() El medio rural cubano, por lo que explica José, ha resistido mejor los embates de la escasez. "En el campo nunca faltó comida. El arroz da dos cosechas al año". Otra cosa son los bienes de consumo. "Con dólares hay jabón y carne. Con el dinero cubano no lo venden, ni tampoco ropa". El cambio real del dólar está a 28 pesos, cuando en los momentos álgidos del período especial —la depresión sufrida tras el desmantelamiento de la Unión Soviética— rondó los 150 pesos. ![]() |